—¡Calla y arregla de una vez la cisterna
del váter, que gotea! — le grita a Sabio mientras fuma repantingada con los
pies llenos de barro sobre la mesa. Mudito le recoge la ceniza sin atreverse a
mirar su rostro pálido y Dormilón, entre cabezadas, friega el suelo de toda la
cabaña. Gruñón está castigado en el sótano con los grilletes puestos por lo
menos para una semana y solo Feliz se permite alguna sonrisa sibilina porque él
sabe que, en algún momento de esa tarde, Mocoso va a aparecer disfrazado de
vendedora de manzanas.