Son las doce horas, un minuto y quince segundos cuando sale del portal. Se despide con la mano de la rubia del tercero. Enciende un cigarrillo bajo la luz de una farola. Apago el mío pisándolo en la acera húmeda y compruebo el silenciador y la recámara.
Se sube las solapas del abrigo y yo le imito mientras le sigo, cada vez más cerca, hasta el callejón que atraviesa todas las noches de los jueves.
Se detiene cuando siente el cañón en la nuca y le pregunto lo mismo que a todos:
-¿Sabes por qué?
-Ni idea - contesta tembloroso.
-Lástima; a mí tampoco me lo dicen nunca.
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