jueves, 19 de febrero de 2009

Amnesia histórica

Lo más probable es que mi aversión a los ritos funerarios no sea más que un modo disimulado de esquivar todo lo relacionado con la muerte. Y que el rechazo que siento hacia entierros, funerales y engalanadas visitas familiares a los cementerios en fechas señaladas, no sea resultado, como estoy creído, de una mera reflexión intelectual, sino otro modo del miedo atávico a dejar de ser, o a que desaparezcan las personas que te rodean. Es probable.
De cualquier manera no pienso apuntarme a ningún culto necrofílico. No puedo sentir ningún cariño por lo que reposa bajo una lápida, o en un nicho, o por unas cenizas que de ningún modo se me asemejan, ni tan siquiera simbólicamente, a la persona que fueron.
Prefiero seguir pensando que lo que de verdad queda importante de los que se van es su recuerdo en los que viven y sus historias, a veces pequeñas y otras inmensas aunque sean anónimas, y que cuando estas se pierden porque no pudieron ser contadas es como condenarles a una segunda muerte.
La fotografía la encontró mi padre, junto con otras de más o menos la misma época, revolviendo papeles antiguos; una instantánea de lo que fueron mis familiares en un tiempo antes de la llegada de otros tiempos peores. Un puñado de rostros confiados, alegres, siniestros en algún caso, en los que intento reconocerme sin demasiado éxito, y que ahora son solo polvo. Entre ellos nada más que identificó a mis abuelos paternos, aunque conocí a algun otro entre los presentes, y ahora, quizás sean cosas de la edad, me pregunto por su historia. Pero ya casi no queda nada, principalmente porque guardaron silencio sobre demasiadas cosas, probablemente intentando olvidar el alivio que sintió mi abuelo al esquivar la pena de muerte por los pelos, o quizás por no acrecentar innecesariamente las angustias de sus hijos explicándoles sus sensaciones en los años de cárcel –no queda ningún rastro de ese tiempo salvo una lista de sus alumnos de francés –, y los de deportación. Solo silencio e historias muertas, y eso no hay ya ley que lo repare.

2 comentarios:

  1. vaya, vaya, vaya... cuantas historias tenemos en común. Por eso empecé a escribir, para que no se pierdan, y a lo que la escritura no llega, pues hablando, contando, transmitiendo, como los de antes, como los de la foto, para que no se olvide y quede su recuerdo, aunque sea vagamente, porque es una necesidad, la del no olvido, como el beber.

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  2. La memoria es frágil, como una pompa luminosa de jabón. Y la imagen viene a rebuscar ese recuerdo, con otra tonalidad, con menos detalle, pero más presente. Esta foto es un tesoro. Un instante feliz en un papel. Historias vs rostros.

    Kisskiss

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