viernes, 10 de septiembre de 2010

El don de la oportunidad


Papá solía morirse dos veces al día, en cualquier momento y sin avisar. Los de la funeraria, hartos de subir y bajar el ataúd vacío los cuatro pisos cada dos por tres, terminaron abandonándolo apoyado en una pared del descansillo. A nosotros nos dejaban puesto el traje de luto día y noche por si acaso y los vecinos, en vez de saludar, nos daban el pésame cada vez que nos los cruzábamos por la escalera. Hasta la segunda vez de ese domingo que se murió interrumpiendo la partida de cinquillo que mamá, excepcionalmente, ganaba a sus amigas y harta decidió: “¡No aguanto más! Mañana mismo le incineramos”.

5 comentarios:

  1. Es genial, Luis, me encanta. Genial.
    Kisskiss ♥

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  2. Eres único, Luis, extraordinario. Sabes que soy una rendida fan de tus escritos. Alguien te ha sugerido que publiques un libro... a ver si te lo tomas en serio!!! Besos

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  3. ¡¡Ja!! ¡No lo había leido! ¡GENIAL! ;-D

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  4. Yo tampoco aguanto!
    No aguanto mas la risa.
    Es usted un verdugo en sarcasmo, ironía y
    en la manera de contar una historia en pocas
    palabras. Siga asi trasmitiendo esos altos valores familiares!

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