domingo, 19 de septiembre de 2010

Hospital


Desde el fondo de la habitación del hospital, ya en la penumbra del atardecer, veo pasear por el pasillo iluminado a los pacientes uniformados de azul celeste. Figuras lentas, encorvadas, empujando con el mismo paso cansino el mismo árbol del que cuelgan las mismas bolsas de suero y medicación. No hablan, ni hacen ruido. Arrastran los pies y tardan una eternidad en pasar por delante del umbral. Alguno se para en la entrada de la habitación oscura, y echa un vistazo sin brillo antes de seguir con su monótono peregrinar. Yo me encojo un poco más en el sillón de las visitas y bajo los ojos haciendo como que leo un libro de Benedetti. Me está costando terminarlo.

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